¡Qué desnudo vómito acontece en la letrina de un bar porteño!
¡Qué vertical lluvia decide por mí en su descomunal gaznate!
Culebrea entre las paredes de mi estómago
el borde del WC de tanto maridaje y las ganas - vida - de olvidarte.
Es por el sudado hueco de mi casco de bombero.
No vencerán esas arcadas. No.
La última vez del blasfemo beso en ese cuerpo
que ardió como la jirafa de Dalí
te obedeció a cualquier maniobra de recuerdo
como si fuera adolescente puta y dócil
como si fuera en plural la náusea.
Tu memoria se endurece a pesar de todos los nombres femeninos.
Se ilumina en cada verso alzado el abandono
desde el tamborilero púber y su primer olor de entrepierna
que odiabas y adorabas
y que era el sonido de tu voz arrodillada implorando al cementerio Pater
Papá
y sus tres espermas de epitafio
en el nombre de la Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Fue el sabor en todo su milagro azul de invierno
de sus mismas nieves el que te acostumbró a vivir del aire
y donde quieras que estés de aquella promesa maquinal
hasta tu vértigo se desvanece.
Oscuro es el atardecer de tu distancia ardiente
sitiadora del panteón amurallado es la familia
pobre tu eternidad, la mínima que se despide
maratonista de abolengo en tu pastura
breve la jornada del reloj horario
príncipe de aromas y danza
vapor apenas
vaho
en leves labios del último fantasma que recuerdas.
Ese que juraba en la cantina:
- volveré desde el rocío -
Te descubrió en plena meta griega
la oveja negra enardecida.
No. No sabes. ¡Cómo podrías!
Estarás confundido
porque no ves el motor de su milagro.
Como los peces te escondes del aire
de la luz que te proteje
de la amarra del muelle
del vino que bebes sin saber que mueres.
¿Si no sabes del ancla colgante de mi pensamiento
cómo podrás saber quién eres?
Que vomiten los nacidos en confesionarios
que vomiten los demócratas del odio
que vomiten los enfermos en la parca
las ambulancias y su trayectoria en los vendajes
los universitarios en la sabiduría de sus grafitis
los dictadores que no contestan
porque en su tartamudeo palpitan muertos
vomitando sus nombres en plena Historia
Vomitémoslos. No sirven.
Se los juro en este plato de lentejas.
Que vomiten las especies en peligro de extinción.
Dejemos que el nivel del mar supere nuestras crestas
y el perdón nuestras bajezas.
En las crujías del barco fantasma estaba ese dolor.
Y en las cubiertas
la vocación de las palabras con su desencanto
o era bala de pistola.
Te maltrató lo prisionero en cada cielo
en las casas que no fueron tuyas
fueron muros que comprimen o vomitan ángeles custodios.
En la huella de ese mar que apenas puedo navegar
están los hijos cual témpanos o espuma
que en las crestas de las olas blanquean
hasta que el viento feroz los eleva al horizonte
y frío amante
expedicionario de la Antártida paterna.
Caperucito hielo,
provisorio hogar de luz hasta el verano de la esquila
con sus tareas escolares pagando su matrícula.
Qué luna oscura se otoña que me mata.
Qué testamento se masturba que me aterra.
Qué leyenda gitana me calé engendrando sus lobeznos
con su madre de plata que aborta su niño de luna
Y el Cid por supuesto era la abuela
tallando el corazón de escudo, lanza, honor y lanzallamas
como un grito en las telas de mi propio corazón sangrando.
Maldita bala de pistola que añoré.
Hiciste lo que pudiste y bastante fue
considerando la nada que apenas perforaste.
Están las marchas con sus orfeones literarios.
Están los escritores con sus granizos que son plumas
que son miedos
y graznidos que no afinan ni defecan.
Los bossa-nova tropicales bautizan
con mi palabra ebria que inventé;
porque hacer una Marina con belleza
toma un tiempo de tristeza y oración que balanceo
y se cadencia como nieta.
Ah! Los clérigos del trigo
regado con la sangre blanca apenas droga de la culpa
llamarada de la hostia,
cuerpo de un Cristo que olvidé devorar cada domingo.
Para qué.
Sí; María Virgen de los tormentos,
por supuesto que sí;
la vida se va
y no dejo de mirarla porque pesar de tanta duna
se me llena de bordados
y no me alcanza el tiempo.